domingo, 12 de octubre de 2014

Secuelas de un genocidio social

Siento ser hoy tan duro,  mi conciencia me lo pide. Sé que si no lo hago la estaré matando. No me queda otra opción. De todas formas me hago responsable de esto que escribo a continuación.

Traigo algo con mucha crudeza. No puede ser de otra manera, porque cruda es la vida de los que malviven y -cruelmente- cruda es la muerte de los que son privados caprichosamente de su primer derecho.

Esta entrada la hago en honor a dos grupos de personas -podéis haceros los suecos si queréis-:
- al sector político de este País que lo (sub) gobierna, legisla y al que forma la oposición oficial;
- a los que regalan sus derechos y los de todos votándoles.

Va en serio, escribo esto en vuestro honor. Para que os penséis vuestra línea de actuación u omisión os dedico estás líneas, y ahora sí que no me hago responsable de que os agraden. No es una mofa, nadie puede arrebatarnos un derecho inalienable, como es el derecho al honor. Lo tenemos, lo merezcamos más o menos. Esto es así, pero después hay quienes arrancan a otros el de existir en el mundo (sin éste derecho no podríamos hablar de ninguno por inalienable).

Podéis ser lo retorcidos que queráis para convertir un crimen en derecho. Hay muchas formas de hacerlo, que pueden incluir hasta las políticamente correctas. No negaré la inteligencia de los que lo hacen, pero la injusticia universalmente reconocida ha de ser necesariamente inteligente -por lo menos en la forma-, y no por ello es menos injusta.

Porque los derechos fundamentales no dejan secuelas, sino que realzan nuestra dignidad -y por mucho más- me atrevo con este título y contenido políticamente incorrecto.

Secuelas de un genocidio social

El rojo vivido,
su vulnerable cuerpo,
el latido mudo,
todos al cubo de la indiferencia...

¿Quién se llevó
con su sangre pálida
al alma inocente,
la que nunca respirará?

¿Por qué sólo han dejado
un silencio homicida?

¿Qué sucedió para morir
en la cama del exilio mutilado,
si aún no ha vivido
ni ha sido cómplice de su partida?

¿Cómo sigo llorando
y no muero por la rabia de este llanto?

¿Para qué tanta letra ganada
si él, que estaba, ya no está
y ella que vive no lo podrá olvidar?

¿Dónde puedo encontrarte libertad?
Sé que en la vida
–que en tu nombre han robado-,
sé que en la muerte, jamás.

martes, 29 de julio de 2014

Sala de espera

Cada uno con su espera, nadie envidia la ajena;
compartimos ánimo, condición, minutos,
inquietud y alguna mirada perdida
–juraría que esa última, la de la sonrisa afilada,
buscada, encontrada al menos-.

El tuyo, un reloj; desierta, mi muñeca;
nuestros libros y secretos,
compañeros de la incertidumbre que comienza;
recorren las intenciones hartas golpeadas,
y se alarga de nuevo el incansable...

La simpatía yace, aunque latente
en este frío preludio
por turnos, al cómplice de la vida
y enemigo de la muerte –conocido-.

El corro de paredes
esconde todo lo ocurrido,
pero el cansancio descansa en sus relieves
provocando una sierra rocosa de recuerdos
que se han ido, que aún poseen memoria
del dolor y la agonía.

De repente, -todo se inicia porque tú entras-
tú entras y todo se inicia:
cuentos de vísceras y fábulas de respuesta, mientras
la expectación va y viene,
del aviso del dueño de esta espera a expensas. 

domingo, 13 de julio de 2014

Condena al humo

Condeno el humo y su carga;
el humo apestoso
de la corriente oficial;
el humo que se vende
-y no compraré-;
el humo barato de políticos
perdidos de suciedad
–tóxica, envenenadamente tóxica-;
el humo que tácitamente mata;
el humo de tubos lujosos
-aun los hay lujuriosos-;
el humo de la soledad apagada;
el humo útil de troncos apropiados;
el humo parásito, el cómodo;
el humo vertido de sangre anónima;
el humo indiferente: el humo burgués
y el obrero que calla, asiente y consiente;
Condeno el humo deliberado que fumo.



viernes, 27 de junio de 2014

Acción de gracias

Gracias por acariciar mis dedos,
y besar mi mano, y besarme la boca
y la lengua, por besarme y paladear,
y llegar a él, mi pecho y besarlo también,
y por sentirte locamente devorando mis entrañas.

Gracias por bajar sólo divina, eternamente para un beso,
y abajarte humanamente en transformado pan,
y desear juntos la eternidad.

Gracias por besar mi pobreza;
gracias por ser generoso en esos besos misericordiosos.

Gracias por celestialmente mecerme.

Gracias por ser así...

Cuerpo molido, vida entregada,
pan vivo, sangre derramada,
vino convertido, muerte derrotada.

Gracias por tu singularmente universal dulzura;
gracias por tu pascua de injustas heridas vividas, consentidas, bebidas;
gracias por la caridad partida pobremente unida.

miércoles, 25 de junio de 2014

Llamada re-cor-dada

Traigo una entrada que puede ser más corta de lo que acostumbro a escribir. No es porque ande perezoso, sino porque estoy un poquito ajustado de tiempo. Como ha pasado una semana de la anterior y tenía algo que publicar no me lo he pensado.

Antes de nada os pondré un poco al día de mi situación actual, y de rebote hago un breve prólogo al contenido con enjundia de esta poética entrada. En febrero me decidí a empezar una experiencia de vida con los misioneros claretianos, a los que ya conocía desde hace bastantes años. Poco a poco me he ido acercando cada vez más a estas grandísimas personas. Me encuentro probando un caramelo que resulta tener un sabor bastante agradable y deja un regustillo nuevo de felicidad.

El curso que viene, si Dios quiere, comenzaré el postulantado (podéis ver qué es en el enlace anterior, en 'proceso formativo') en la misma comunidad que me encuentro ahora. Sólo el Señor sabe si estoy realmente preparado para todo esto, y bueno, si no lo estoy y me quiere para ello, seguro estoy de que me dará eso que necesite. No quiero contaros mucho más porque esto es sólo el principio y aún queda mucho en este camino que se me ha abierto. Un poema que me salió escribir hace unos días -lo dejo aquí ahora- está relacionado con esos pequeños pasos que he dado en los últimos años. 


Llamada re-cor-dada

Veía este vaso vacío;
veía cerradas, apretadas, asustadas estas manos;
veía sólo este corazón preso, congelado de amargor;
veía soltera esta soledad;
veía este don robado y desolado;
veía sin caricias este alma;
veía tanta canción sin sus versos, tanta poesía sin melodía...

Tanto veía el miedo...

Seguramente tanto veía que nunca miró...

Tanto veía a su alrededor que ni miró su interior...

Nunca miró la alegría empapada de vino;
ni miró entregado el cuerpo sujeto en Tus manos;
ni miró el océano en que nada rusiente el corazón;
ni miró Tu rostro, Hermano donado;
ni miró el dulce abrazo del fiel amor enamorado;
jamás miró al poeta que cantaba sin voz...

¡Qué poco miró a su lado, habiendo tanto valor!



Es difícil no rendirse ante el Señor cuando la ansiada
felicidad, lejos de ser promesa se hace una realidad.

Antes de parar con el teclado, doy el aviso de que los próximos poemas que publique -si no os gustan me lo decís y lo dejo- quizá no tengan ninguna introducción. Si tienen algo de bueno, no necesitan añadidos. ¡Ah! Tened el detalle y acordaros de rezar un poquito por mí, que nadie se va a enterar, ¿de acuerdo? Yo lo haré por los que leáis este trozo de mí. Un abrazo enorme por mi parte a todos, hasta la siguiente. Sed muy felices.